El capitalismo de postguerra agonizaba y solo derramaba una marcada insuficiencia en los presupuestos estudiantiles y en los salarios de los trabajadores.
Este descontento mundial tuvo su puntapié inicial en la Universidad francesa de Nanterre y la huelga que protagonizaron estudiantes y gremios inquietaba al presidente De Gaulle.
La unión entre trabajadores y estudiantes tuvo nuestra propia versión, en la provincia de Córdoba a un año del reconocido mayo francés.
La dictadura de Onganía derogaba la ley de descanso, más conocida como “el sábado ingles” y con ello un recorte salarial de 10 % que afectaba a los metalúrgicos y mecánicos ponía en alerta y asamblea permanente a todos los gremios cordobeses.
Los universitarios cordobeses se adherían con marchas al duelo por la muerte del estudiante correntino quién fue reprimido por los militares al protestar por el incremento de 500 % de los precios en el comedor universitario, gracias a su privatización.
Las marchas en apoyo se expanden por varias universidades dejando en Rosario otro estudiante asesinado. Las sucesivas jornadas de protestas, represión y paros se expanden por varias ciudades del país y el enfrentamiento con los militares se vuelve constante entre el 19 y 29 de mayo.
Estudiantes, obreros y vecinos invaden las calles de la capital cordobesa y la IV Brigada de Infantería, intenta a los golpes recuperar el control de una ciudad, que muchos creen empezó a perderse en 1966 con el asesinato de Santiago Pampillón. Considerado el primer mártir de la resistencia, y las manifestaciones diarias en recuerdo a su memoria, empezaron a gestar, el malestar y la desconfianza contra el régimen onganiano y la política de la dictadura.
Tres años de represión que explotó el 29 de mayo
Esa mañana todos los asistentes al paro, presentían que sería un episodio trascendental en la historia argentina y no se equivocaron.
A las 11 de la mañana del 29 de mayo estaban todos los que pudieron descubrir antes que el resto de la sociedad la tiranía que gobierna a las dictaduras y los que abrumados por el peso propio de los sucesos se sumó a la marcha.
La policía a caballo intenta romper los centros de concentración de los participantes al paro. En esa lucha descomunal, muere el mecánico Máximo Mena, y la noticia es un reguero de pólvora que esta vez no se quedará en palabras sino se hará fuego. El pueblo quemó, maldijo y arrasó todo, tomó el centro de la ciudad, llegó a controlar muchísimas manzana, el barrio Clínicas fue un bastión de resistencia esa larga noche y le disputó el control de la capital a las fuerzas de seguridad.
“La gente tiraba de todo, desde sus balcones y azoteas”, comentará con el tiempo, el general Sanchez, comandante del 3•Cuerpo de Ejercito y jefe de la represión: “parecíamos ser los jefes del ejercito británico durante las invasiones inglesas.” Pese a toda esa noche las tropas militares arrestan a los varios sindicalistas que mantenían la lucha, el país entero convoca a paro nacional para el 30 de mayo, y pese a todo un día de lucha y de resistir en la noche, los obreros y estudiantes volvieron a poblar las calles entre las ruinas y los escombros que sobrevivieron del día anterior. Tanta osadía popular tendría su castigo y esa tarde los máximos sindicalistas que lideraron el cordobazo fueron detenidos. Agustín Tosco de Luz y Fuerza y Elpidio Torres de la UTA fueron encarcelados. Empezaban a construir así la construcción colectiva que hoy los reivindica y reconoce como ejemplos de coraje, dignidad y lucha.
A 40 años, esa unión entre estudiantes y obreros parece haberse convertido en una característica recurrente frente diferentes reclamos sociales en Córdoba. Aunque las esperanzas revolucionarias de esta gesta están archivadas gracias al ostracismo organizado de una venerable opinión pública dirigida que ha distorsionado el pensamiento o peor aún por momentos parece haberlo anulado. Sin ideas propias, no habrá lucha y sin lucha no habrá igualdad y justicia social para todos. Sin convicciones la vida se vuelve un letargado paseo mediocre donde cada tanto las veredas de la calle Colón añoran el ritual que durante tres años previos al 29 de mayo del 69, se producía sobre su asfalto. Un ramillete de estudiantes depositaban una corona en la esquina donde murió Pampillon, y se retiraban a la espera que los militares la sacaran, pisaran las flores y con camiones tira chorros, disiparan a los manifestantes. El desalojo no discriminaba el grado de compromiso que los había reunido en la más céntrica de las avenidas cordobesas, aunque el ambiente expedía el ánimo insurrecto del pueblo. Eso ya se gestaba en el corazón de cada cordobés.
No se extrañan las agresiones, las humillaciones, ni los muertos que ocasionó el Cordobazo, se extraña la lucha.
Las convicciones colectivas que se escondían bajo esos reclamos tan distantes a la queja individual que reina por estos días.
A diferencia de las protestas del 68 en Francia, el final del Cordobazo, de esa larga lucha, fue un comienzo, un cambio.
Aunque para que renazca nuestra patria, muchos tuvieron que morir por otros, hoy deberíamos retomar el más noble de los motivos: involucrarnos, participar y no olvidar que gracias a nuestros exitosos compañeros caídos en el cordobaza, se empezaba a escribir el principio de un nuevo amanecer. Este deseado resplandor no fue definitivo, hoy el pueblo argentino deberá volver a comprometerse para consolidar definitivamente la democracia.
lunes, 22 de junio de 2009
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