jueves, 23 de septiembre de 2010

La enfermedad, la política y el odio por Ricardo Forster



¿Debería acaso sorprendernos que aquellos que desde hace varios años vienen utilizando los calificativos de confrontativo, crispado y violento para definir al ex presidente Néstor Kirchner, sean los mismos que, al amparo de los problemas de salud que lo vienen afligiendo, descarguen una batería impúdica de supuestos análisis en los que buscan establecer una relación directa, de carácter biopolítico, entre las vicisitudes médicas y la construcción política del kirchnerismo? Sin eufemismos ponen de manifiesto su impiadosa actitud ante los padecimientos de aquel a quien odian profunda y visceralmente.
La ceguera que nace de esa pasión horrible los lleva a desarrollar, en algunos diarios connotadamente opositores, análisis en los que cruzan las cuestiones médicas con las políticas, las del cuerpo con la salud de la República. Mezclan lo biológico y lo político.

La oscura trama de sus deseos los lleva, como al insigne Nelson Castro, a aconsejarle a Kirchner que, para preservar sus arterias, se retire de la política. Frustrada su visión de un gobierno en retirada y de un crepúsculo del kirchnerismo, apuntan todos sus cañones y sus ilusiones a la impiadosa lógica de la enfermedad.
Carlos Pagni, columnista de La Nación, viene recorriendo sin disimulos ese andarivel en el que la argumentación se entremezcla con las más insólitas lucubraciones en las que, supuestamente, “en torno al cuerpo de Néstor Kirchner, a su enfermedad y a su tratamiento, ha quedado establecido un nuevo debate. Parece tratarse de una discusión médica, pero en realidad es política. Como en otras controversias –continúa escribiendo Pagni–, ésta también se organiza en dos bloques. Cada uno de ellos reproduce, tras la máscara de un argumento terapéutico, los términos de un conflicto de poder. En apariencia, es una polémica sobre la receta más adecuada para la salud de Kirchner.
Pero lo que está en cuestión es, en realidad, la terapia que debería aplicársele al país”. Sin subterfugios ni intentos de sofisticar el análisis, Carlos Pagni hace del cuerpo y de la salud de Kirchner no apenas el eje de un problema político (no podría no serlo dado el papel relevante que juega el ex presidente en los asuntos centrales del país), sino que lo transforma en el eje de, por un lado, una argumentación despiadada que no respeta la dimensión humana de quien se ha convertido para la derecha en la figura más odiada, y, por el otro, busca tejer una relación entre la metáfora médica, la cuestión de la enfermedad, sus complejas relaciones con la vida humana y el problema del gobierno.
Para decirlo con sus palabras: “Kirchner y su biología son, en esta visión (que es la biopolítica de Pagni pero que él traslada al kirchnerismo), la metáfora de Kirchner y de su gobierno. La salud, en ambos casos, está ligada a la reposición armónica de un orden; a la admisión de un límite. El cuerpo de Kirchner, igual que la Argentina de Kichner, demandan ser puestos bajo el imperio de la ley”. Kirchner el “desmesurado”, el “colérico” y el “transgresor” convertido, por obra y gracia de la interpretación de Pagni, en una oscura expresión de un país sin ley en el que la virulencia y la crispación se identifican con la enfermedad de su cuerpo. Dicho con otras palabras pero dentro del “espíritu piadoso” del periodista: del mismo modo que Kirchner está enfermo como consecuencia de su carácter incontrolado y excesivo, el gobierno, el de su esposa, sigue por un andarivel semejante.

La Argentina, país sin ley, país sometido al arbitrio y a la discrecionalidad del kirchnerismo, corre el serio peligro de desbarrancarse, de ser “atacado” por la misma enfermedad que aquejó a Kirchner, aquella que nos muestra a un líder desorbitado que no reconoce ningún freno ni ninguna temperancia.
No contento Carlos Pagni con la construcción de un argumento en el que diluye la frontera entre lo privado y lo público, la salud individual y la del gobierno, dobla la apuesta al identificar el modo como Néstor Kirchner respondió a su inconveniente médico con la construcción, eso nos dice, de una imagen heroica y militante del ex presidente en consonancia con los rumbos confrontativos y radicalizados que supuestamente caracterizarán el camino del gobierno de acá hasta las elecciones de 2011. Un Kirchner aureolado por un romanticismo militante y sacrificial sería el nuevo producto de laboratorio que estaría elaborando el doctor Frankenstein oficialista.

“De la peripecia médica de Kirchner –concluye de modo inefable Pagni– se espera un nuevo producto de campaña. El pasaje por la clínica debería desdibujar los rasgos de un jefe pragmático o despótico. La desproporción entre sus dificultades y sus fuerzas, su consagración sacerdotal a la política y el abnegado desapego por los cuidados corporales deberían lograr que Kirchner representara un nuevo rol: que se despoje de la rutinaria figura del dirigente para regresar a la romántica condición del militante. Es una forma aceptable de embellecer el poder y un manto heroico para envolver, si ocurriera, la derrota”.

Todo se encierra en este fin apoteótico: la alucinada visión de un Kirchner convertido en líder sobrehumano que, en verdad, esconde la debilidad estructural de su gobierno y la corrosión de su poder y, a su vez, el deseo ferviente, religioso del periodista que, en su irrefrenable odio hacia lo desplegado desde mayo de 2003, preferiría que lo que fue un episodio en la salud de un dirigente político democrático terminara por minar la salud, hecha la transferencia brutal, del propio gobierno. Derrota y colapso físico se entremezclan en el deseo de Pagni, del mismo modo que en otras circunstancias argentinas la enfermedad de Evita sacó a luz la virulencia criminal y la bajeza impúdica de quiénes salieron a celebrar su terrible dolencia. Viejos y carcomidos reflejos que, bajo supuestas sutilezas argumentativas y retóricas, nos devuelven la imagen de un antiguo odio.

Lejos de la sorpresa con la que iniciábamos esta nota, lo que se vislumbra sin mediaciones es el nivel de violencia retórica que corroe el “espíritu republicano” de una parte no menor del periodismo opositor; una violencia en las palabras que no se detiene, sino todo lo contrario, se exacerba, ante el gesto pudoroso que uno supone debería preceder cualquier reflexión respecto de quien atraviesa un problema de salud. Sus plumas y sus palabras han sido puestas al servicio de un más allá de la política democrática para instalarse pura y crudamente en la esfera del odio, ese que sacude a una derecha que intuye “lo peor” de cara al 2011. Eso que los enerva hasta la desesperación lleva el nombre y la figura de Néstor Kirchner.

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