viernes, 15 de julio de 2011

Detras de la foto


4 de mayo de 2011
La juventud de la foto no es otra cosa que la imagen de un cico ascendente, que nació de la mano de un joven eterno que edificó su gloria con tradición y pasado.
Él cerró el círculo de su tiempo en la máxima Jefatura a la que podía aspirar y su gestión enalteció a sus Cros, a sus Madres y supo contagiarnos a nosotros: a esta nueva generación que sin experiencia colectiva se volvió a enamorar de la política. Somos un sueño que exploto en el corazón de cada uno muchos años antes de aquella mañana de octubre, y que hoy forma parte de nuestro adn político.
Se hizo llaga años atrás cuando los insultos y los huevazos explotaban en el local de la calle Paraná de una Córdoba sojera, cuando los nervios y el calor agobiante del cruce entre Corrientes y Chaco nos templaba el carácter, por el cansancio, la distancia y nos enfrentaba a otro lanzamiento de la agrupación, como en tantas otras unidades básica.
Aunque no los veas son los mismos de siempre, los de las malas y las buenas, son los quince, treinta, cincuenta, que se juntaron allá en Gualeguay. Son los cumpas incisivos intentando dotar en cada reunión de una orgánica agrupacional y federal que parece rondar cada año, eternamente fallida y sine die. (El Latín me lo dictaron en honor a los primeros discursos de Cristina)
Quizas no lo recuenden son los militantes que nos fuimos en auto a la matanza al cierre de campaña que perdimos, los que festejamos en las plazas de nuestro pueblos la abrumadora votación de la ley de medios, los que en la Biblioteca Nacional, con alegría y emoción inscribimos a Néstor y a Cristina en la estrofa dorada de la marcha de este, nuestro tiempo.
Puertas afuera y también adentro, algunos nos creían fantasmas y ni nos vieron venir….ayer y aún hoy nos demonizan, pero esta embestida es una ola que convertirá todo lo que encuentre a su paso. Incluso a nosotros mismos.
Hoy sabemos que la batalla cultural está instalada y triunfante hasta en los medios de comunicación, mal que les pese. Por eso hay que seguir siendo como el salmón, ir contra corriente sin apartarse del camino trazado por Néstor, no queremos ser la juventud maravillada, que relega a los militantes y a los compañeros según conveniencia centralistas relegando convicciones colectivas por ascensos individuales. Trasformar la realidad se da de cara a las bases populares y estas no solo están asentadas en la capital de nuestro país, aunque sea la plataforma más elegida a la hora de implementar marketing político.
Dependerá de todos honrar el gran trabajo realizado, acrecentarlo, y respetarlo. Junto a El estuvimos, estamos y estaremos, desde el lugar que nos toca, sin importar los enredos, las mezquindades ni los egoísmos, seguiremos ahí latiendo eternos. Como los muchos jóvenes que dijeron presente aquel 11 de marzo del 73, ese día que como hoy volvimos todos. Gracias Néstor.Fuerza Cristina.

lunes, 11 de abril de 2011

Repudio masivo frente al ataque a los SRT


UNANIME REPUDIO POLITICO, SOCIAL, GREMIAL, FRENTE A LOS HECHOS VANDALICOS COMETIDOS EN CANAL 10 Y LOS S.R.T. EL robo de los equipo técnicos imprescindibles para transmitir diariamente inducen la clara intención de que el accionar vandálico pretendía coartar la emisión diaria de la programación. Cabe remarcar que este episodio se realiza en un momento de recambio tecnológico por parte de la autoridades del multimedia ya que en los próximos meses se estaría lanzando un canal de noticias 24 horas el cual agregaría una importante alternativa a la ciudadanía, el cual sería el pionero en el interior del país. Los objetos sustraídos son herramientas de no fácil comercialización dentro de un mercado ilícito, lo que provoca mayor suspicacia al interpretar el verdadero fin del robo. El comando delictivo que implementó este robo dejó un mensaje explicito en las paredes advirtiendo que este practica criminal no será la última, con el claro objetivo de cercenar los contenidos de este multimedia en el futuro.


E.D.

domingo, 10 de abril de 2011

La Presidenta CFK en nuestra Plaza


El pasado miércoles 6 de abril Córdoba vivió un día muy especial con la esperada visita de nuestra Presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Ya desde el mediodía la Plaza de la Intendencia, comenzó a recibir como tantas veces a los militantes que hay hecho de este reducto centrico un escenario de culto kirchnerista.

La Cámpora Córdoba acompañó con entusiasmo y cantos las palabras de la Presidenta, en el marco de un encuentro que contó con cerca de 10.000 asistentes entre militantes, ciudadanos autoconvocados y, como viene siendo habitual últimamente,numerosos jóvenes que vuelven a salir a la calle para respaldar las conquistas del Gobierno Nacional encolumnados bajo la figura inmortal de Nestor Kirchner.


Los primeros en hacer su alocución fueron el Intendente de la Ciudad de Córdoba, Daniel Giacomino y el Gobernador de Córdoba Dr. Juan Schiaretti, quien fue silbado por gran parte de la concurrencia.
La Presidenta Cristina Fernández de Kirchner hizo uso de la palabra y sólo fue interrumpida por ovaciones y cantos de apoyo que proclamaban su reelección presidencial. Como es su costumbre realizó un afortunado repaso de las transformaciones que ha llevado adelante el Gobierno y no le esquivó a las cifras.
“La provincia de Córdoba percibía en todos los conceptos en el 2003 $ 3.951 millones, en el 2010 recibió $ 28.534 millones que sumados a todo lo que la Nación remite en obras, en coparticipación desde el 2003 a la fecha superan los $ 105.000 millones", dijo.
Los tramos más emotivos del discurso fueron cuando mencionó al compañero Nestor Kirchner de quien, en relación al acueducto de Laboulaye dijo: "Néstor anunció la iniciación de las obras (…) se tardó 93 años en hacer frente a una obligación de Estado, pero aquí estamos, terminándola".

Desde la Cámpora Córdoba seguimos PRESENTES acompañando desde el 2007 a la Presidenta CFK cada vez que venga a nuestra Provincia, y en cada rincon del pais donde nos convoque para gritar bien fuerte NUNCA MENOS, y seguir profundizando los cambios que desde el 2003 vivencia nuestro país.

viernes, 8 de abril de 2011

Bono no entiende


(*) Por Orlando Barone

No se entiende cómo el cantante Bono, a sabiendas de que aquí gobierna una dictadura, visitó a la Presidenta en la Casa Rosada. Y para colmo, a la noche se fue a comer feliz a la parrilla La Brigada. Y mientras él degustaba carne gourmet, que de tanta ternura se puede cortar con la cuchara, el alto periodismo argentino era atacado por pandillas fascistas. Una incongruencia ética.
No se entiende por qué el irlandés no hizo honor a su activismo a favor de los pueblos oprimidos. Ni a su incesante defensa de los pueblos saqueados y sumidos en deudas externas tan cuantiosas que los chantajean hasta la eternidad y a los que él recomienda no pagarlas.

Lo único que falta es que después nos enteremos de que Bono se hizo visitar en la suite por cuatro botineras. ¡Pobres Clarín y La Nación! Y él como si nada. No encendió la radio para escuchar a Jorge Lanata y a Nelson Castro alertando sobre el silenciamiento que se viene tramando. Son los “más débiles” los que corren peligro. Los que parecían los más fuertes. Y Bono no puede ignorar lo que nos está pasando. Si al menos hubiera hecho un poco de zapping habría escuchado a las diputadas Silvana Giúdice y Patricia Bullrich denunciando el oprobio del sindicalismo bloqueando a los diarios. Bloqueando a la sociedad la información plural y democrática que recibe diariamente. Si no fuera por los grandes medios, nadie se enteraría de la realidad atroz y corrupta en la que el país está sumergido. Pero Bono está en babia. Él se fue a manducar a la parrilla y se fue a saludar a Cristina. Y no le importa que su recital sea en La Plata, la misma ciudad donde todavía está caliente el paso de Hugo Chávez. Ese déspota venezolano honrado allí con el premio al periodismo libre llamado Rodolfo Walsh. Si habrá sido absurdo ese premio al bolivariano que desde canal 5, y para injuriarlo, Eduardo Feinmann alabó a Walsh. ¡A Rodolfo Walsh! Enseguida se dedicó a putear a los piqueteros que cortaban una calle. Ese Eduardo Feinmann es a Walsh como un chihuahua faldero que lame los pies es a un lobo estepario.

Sigo con Bono. Me sirve como hilo conductor de este relato inconducente. Más inconducente es la desopilante comisión legislativa que simula creer que la libertad de prensa tiene su origen en la casa de Héctor Magnetto, porque sabe que sin él la oposición no tendría sala para ofrecer sus actuaciones. A Bono le sobran salas de concierto. Lo que causa perplejidad es que estando en un país en riesgo de perder la libertad, no reaccione. No pida visitar las prisiones donde periodistas encarcelados dan prueba de que el domingo que no pudo salir el “gran” diario argentino fue una página en blanco. Tan en blanco como las informaciones que se ocultan. Como la de los hijos apropiados, la de la trampa a la Ley de Medios, la del contubernio de Papel Prensa y la de haber abolido al sindicalismo en sus empresas, etcétera.

Es que aparte de su cachet por el concierto, ¿los de La Cámpora le pagaron a Bono sumas extras sacadas de la caja que estaba destinada a la leche de recién nacidos de regiones pobres? Así se justificaría que el músico candidato al Premio Nobel de la Paz se niegue a enterarse y no lea las plegarias de Joaquín Morales Solá y de Ricardo Kirschbaum. O será que los de Carta Abierta le lavaron la cabeza avisándole que los de Cablevisión y los jueces cautelares conspiran contra la infancia y no quieren poner en la grilla Paka Paka. Pero si eso es una burla. Ahí se lo ve a Dolina recomendando esa señal como si fuera un niño. Semejante grandote haciendo payasadas. Todo por plata. Por suerte el país tiene la escandalizada reacción de Pino Solanas escandalizado del escándalo y saliendo a defender a sus sponsors mediáticos. Cuando filme su próxima película sobre cómo se roban los glaciares, va a tener la promoción asegurada. Así como ahora tiene asegurada su exposición opositora que podría llamarse “sin retorno”.

Pero Bono sigue sin enterarse. Está bien que un ídolo como él no ande así nomás por la calle; y que los vidrios polarizados le impidan enterarse del clima de rebelión del Gran Oriente Medio que arde; y cómo el pueblo se subleva vitoreando a Clarín, La Nación y Perfil y vivando a la prensa libre, a Cablevisión y radio Mitre. Incluido Tenembaum, uno de los más perseguidos, que por suerte tiene un trabajo próspero a pesar de ser un adalid en la lucha contra el poder. Esa contradicción es curiosa: los periodistas que se supone luchan contra el poder son marginados. No tienen quién los banque. Sin embargo, en la Argentina pasa lo contrario. Son ricos o exitosos o todo a la vez. Y ya que hablamos de poder… Bueno, hablemos del poder, ya se sabe. Los periodistas cuando decimos “el poder” ponemos un acento conspirativo, o lo escribimos mirando fijo a la Casa Rosada y hacia la CGT y dando por supuesto que el poder está ahí. Y no en otras partes. Y eso nos explica. Nos explica sin explicarlo. Más explicada es la Academia Nacional de Periodismo. Existe. Una academia es como un club exclusivo. En éste, los asociados representan en su gran mayoría a los medios dominantes. No van a nombrar a un académico que venga de un pueblo aborigen, de un movimiento popular, de una cultura antigarca. Salvo que entre de colado. Ahí lucen académicos de larga trayectoria democrática, republicana y bien argentina. Bien, bien ¿se entiende? Sus curriculums son más largos que sus propias vidas. Incluyen en sus páginas hasta haberse sentado una vez en un seminario en alguna academia de un barrio de Tasmania sobre algún tema innecesario dictado por otros académicos idem. La experiencia no les dio conocimiento pero sí un diploma de asistencia que en el cerebro no sirve para nada. Como hay muchos otros miembros que no militan en esa mi prejuiciosa semblanza uno se pregunta cómo conjugan. Es que el sello de una institución es una cosa seria. Cuando uno se muere te mandan una corona que dice “de la Academia de qué se yo qué etcétera, etcétera”. Y los deudos sienten que esa corona es un privilegio. Que el muerto pertenecía.

Los clubes a los que me refiero otorgan premios a sus socios y -para justificarse- cada tanto nombran a algún académico de rango popular que los provea de alguna honra que se les pierde en sus avatares y mutaciones. Y agachadas. Víctor Hugo Morales al enterarse de que la Academia de Periodismo se acopló a la denuncia sobre el supuesto ataque a la libertad de prensa, acaba de presentar su renuncia. Se ha lanzado a una aventura inédita para un periodista destacado, casualmente en los medios a los que sus “destacados” se someten mientras él se rebela. Probablemente al aceptar integrarla, Víctor Hugo no se acordó de aquella advertencia de Groucho Marx: “No sería nunca miembro de un club que me tuviera como socio”. Un tipo como él no viene del lugar que la Academia considera natural. Es un poquito, cómo decir, inusual, modesto, impuro. Él no se merecía ese carnet. El mismo que lucen ahí académicos laudatorios de los gobiernos militares y de las corporaciones vaciadoras; entre ellos prevalecen quienes ejercieron cargos directivos en La Nación y Clarín. Muchos no resistirían una relectura de sus artículos sin algún remordimiento de épocas de dictadura, persecuciones y censura donde ellos se lucían con libre albedrío.

El problema es que una academia de periodismo es como una academia de hipocresía. Allí se juega a defender la democratización de la palabra bajo el guión de los patrones.
Al unísono, el colectivo opositor que sale a defender a la prensa dominante bulle casi feliz de poder demostrar su fidelidad a quienes les hace creer que todavía están políticamente vivos. La paradoja es salir a defender la libertad de prensa siendo que esa libertad tiene apropiadores que la acaparan. Para eso los acaparadores invirtieron tanta plata. Si ese es el principal baluarte de la democracia -como dice la leyenda, que debería volver a considerarse-, entonces habrá quien compre la mayor cantidad de libertad de prensa y sea dueño de ella. Y de su delivery.
Entretanto, Bono canta sin darse cuenta de lo que sufre aquí el periodismo.
Así no va a ganar nunca el Premio Nobel.

domingo, 3 de abril de 2011

EL FLACO: Diálogos irreverentes entre Néstor Kirchner y José Pablo Feinmann

Otra vez la voz del vocero presidencial en el teléfono:

–El Presi quiere verte. Tarde, como a vos te gusta. A las 8 de la noche. ¿Está bien?

Tomo un taxi.
–A la Casa Rosada.

–¿No va a cualquier lado usted, eh?

–Soy contador. Sumo y resto. Lo mío son los números, no la política.

Ese día iba mejor vestido. Llevaba corbata y un traje oscuro.

–Ajá, los números y no la política. ¿Le creo?

–Oiga, ¿cómo no me va a creer?

–No sé, usted tiene voz de político. De dar discursos.

–No di un discurso en mi vida. Una vez, en un reencuentro con compañeros del secundario. Estábamos todos en pedo.

–¿Qué le parece este Presidente?

–Hasta ahora no mató a nadie. Mírelo a De la Rúa. Con esa cara de Luis XXXII y se fue dejando más de treinta cadáveres.

–¿Luis XXXII?

–Dos veces más boludo que Luis XVI.

–Qué bueno. ¿Y cree que..?

–Dígame, ¿a ustedes les pagan por hablar con los pasajeros?

Llego a la Rosada. Ahora estoy en la sala de espera. Me avisan que el Presidente me va a recibir en seguida. Aparece Omar Bravo. Lo conozco de los tiempos de la revista Medios y Comunicación, que salía por 1981 y tenía bastantes huevos. La dirigía Raúl Barreiros, colaborábamos Sasturain y yo y algunos otros.

–¿A qué viniste? ¿A ver al Flaco?

Así lo nombró Omar: El Flaco. Le dije que sí. Después, no lo vi más. Hubo algo que no cerró y se fue, supongo. Pero desde el 2004 es profesor de Política Internacional en TEA. Y le va muy bien. Lo sé porque me mandó un mail: “Sé que estás escribiendo un libro sobre el Flaco: acordate que el que te recibió en la puerta fui yo. Y cuando el Flaco andaba a los gritos pidiendo tu número de teléfono también se lo di yo, que lo tenía desde los tiempos de Medios y Comunicación”. Lo notable es que yo lo había puesto antes de que llegara su mail.

Pasé a la sala de gabinete. Primero hay que atravesar el universo de las secretarias. Saludan, sonríen. Se las ve radiantes.

Entro en la sala de gabinete. Kirchner está lejos. Mira por una ventana. La Plaza de Mayo, seguro. Sin saludarme, gira y dice:

–¿Ves estas coberturas doradas? ¿Son una mierda, no? Las puso Lanusse. Si las sacás, se ve la Plaza. Pero la Plaza te ve a vos. La seguridad aconseja dejarlas. Cubrir esas ventanas, así la Plaza no te ve a vos y vos no ves a la Plaza. Pero yo, a la Plaza, quiero verla. Quiero estar cerca de la gente. Total, ¿qué va a pasar? Es muy pronto para que me peguen un tiro. Vení, sentate. El se sienta en la cabecera. Me indica el asiento de la derecha. Los asientos son de cuero gris. O lo eran ese día. (...)

Néstor siguió hablando. Ninguna formalidad había tenido lugar. Entré y él ya estaba hablando. No hubo saludos de ninguna clase. Qué tal. Cómo andás. Cómo te va, Presidente. Leí una nota tuya este domingo. ¿Vas a ir con Filmus a Santa Fe? ¿Cómo está Cristina? Nada. Ahora estábamos en la mesa de gabinete. Y él seguía hablando. Era como un monólogo interno. Había empezado antes de que yo llegara y ahora continuaba. Pero en voz alta y dirigido a mí. Esa continuidad era lo esencial. Porque esa continuidad decía quién era Néstor Kirchner: alguien que no se detenía. No paraba. Pronto vamos a estar en la Quinta Presidencial, van a ser las 4.30 de la mañana, él va a tener que volar a las 6.15 para Córdoba y sigue hablando. Somos pocos. Alguien –Alberto Fernández– le dirá: “Néstor, tenés que salir para Córdoba en menos de dos horas”. El estaba metido en un rompecabezas político, lo venía delineando desde hacía diez minutos. Con algún fastidio por la interrupción, dirá: “No importa. A mí me gusta esto”. Hará un gesto con las manos, abarcándonos. Significaba: “Esto”. Y esto era la política. Su obsesión, lo que le impedía detenerse. Vamos, vamos por todo.

Esa frase lo define mejor que ninguna otra. Sería erróneo enfocarla desde la mira de la ambición. ¡Claro que era ambicioso! Un político tiene que ser ambicioso. La política es el juego del poder. De desear, de amar el poder, de ambicionarlo. Un político que no ame el poder es un perdedor antes de largarse a los conflictos, a los antagonismos y a los consensos. Pero el vamos por todo de Néstor era más que eso. Era su fuerza interior, una certeza profunda acerca de la realidad y sus resistencias: todas podían ser vencidas, derrotadas. No hay caída de la que uno no se levante. De toda derrota se sale. Estaba animado por la pasión de la voluntad. La voluntad era un ariete contra el muro de lo imposible. No creía, como Perón, que la única verdad es la realidad. (Aunque, si le venía bien, podía decirla. De hecho me la dirá en la carta que habrá de enviarme en junio de 2006, al analizar nuestras diferencias ¿irresolubles?) Creía que toda realidad puede ser creada, si la creamos nosotros como fruto de nuestro triunfo. Y que toda realidad, si es adversa, puede ser vencida, porque nuestra pasión, nuestra voluntad de vencerla es más fuerte que ella. Al fin y al cabo, ¿qué es la realidad? Algo ya constituido, ya hecho, un bloque en sí, que remite a sí, cuya fuerza es no cambiar, es ser lo que es para siempre, la realidad es un cascote en el camino invencible de la voluntad. (...)

Sigue Néstor:

–Yo no voy a andar con medias tintas. Ojo: soy un gradualista. Pero el país está por el piso y cuando uno encuentra un país así no se puede dar el lujo de ser gradualista.

–Hay mucha pobreza, Néstor. Hay hambre. En algunas escuelitas de provincia los pibes se desmayan en el aula. ¿De qué? De hambre. Ese pibe está condenado. Entre tanto, un pendejo del Liceo Francés, rico, bien alimentado, desarrolla sus neuronas. Ese es un triunfador. El otro, no. El otro está condenado. Tiene una existencia...

–Una existencia-destino.

–Gracias por leerme.

–Hace rato que te leo. Mis hijos también. Contame bien eso de la existencia-destino.

–Sartre se equivocó cuando dijo que la existencia precede a la esencia. Desde nuestro pensamiento situado se equivocó. Hablaba desde un país del Primer Mundo. Deteriorado por la guerra, pero sin hambre. Aquí, la esencia precede a la existencia. Porque la esencia de un pibe de una escuela rural no es la misma que la de un pibe de un colegio privado. La esencia es lo que cada uno trae al mundo. Al nacer ya tengo un pasado. Tengo padres, tengo una casa (si la tengo), tengo un lugar al que llegué, puede ser Jujuy, Yahvi o la calle Arroyo, tengo comida, mucha, poca o ni una mierda. Eso me condiciona. Condiciona mi vida. Construye mi destino. Si no me alimento bien de pibe, si no recibo amor de mis padres, no voy a saber dar amor, no voy a saber querer. En la escuela rural la maestra es una piba llena de generosidad que hace lo mejor que puede. Pero en una privada de San Isidro una maestra tiene una formación privilegiada que es la que trasmite a los pibes que van a ser la derecha de mañana. Casi siempre es así. A veces, no. Rebeldes nunca faltan. Pibes que rompen con su clase social. O sea, prioridad número uno: cero hambre.

–Eso lo anda diciendo Lula. Pero “hambre cero” implica el tema del poder. Decime, ¿qué pensás del poder? ¿Quién lo tiene? ¿Nosotros?

–No.

–De acuerdo: nosotros tenemos que pelearle el poder al poder. Sacárselo en la medida en que podamos. Pero no va a ser fácil. Ahora la derecha está tranquila. Se asustó con el “Que se vayan todos” y los despelotes del 2001 y el 2002. Pero no saben retroceder. Ya me dieron un pliego de condiciones.

–¡Qué hijos de puta! ¿Te dieron un pliego de condiciones?

–Sí.

(No me dijo quién. Fue José Claudio Escribano, el de La Nación. Ese tipo, durante la dictadura, era un ideólogo de primer nivel. Bajaba línea desde su “democrático” diario, que apoyó todos los golpes de Estado.) (...)

–¿Conocés la respuesta que le dio Perón a Braden cuando le llevó su pliego de condiciones?

Larga una carcajada.

–Sí, pero yo al hijo de puta que me trajo el pliego de condiciones no le podía haber dicho: “No quiero ser bien mirado en su país al precio de ser un hijo de puta en el mío”. Porque los dos tenemos el mismo país. El quiere una cosa. Yo quiero otra.

–Esa es la historia de la humanidad: unos quieren una cosa, otros quieren otra. No tiene arreglo. (...)

–Pero, ¿tan fuertes se creen como para traerte un pliego de condiciones? ¿O te creen tan débil?

–Lo segundo. No olvidés algo: soy el Presidente que asumió con sólo el 22 por ciento de los votos. Nadie, nunca, en la puta vida, asumió con menos votos la presidencia del país. ¿Cómo querés que no me vean débil?

–Entonces, la cuestión es: cómo hacer para que te vean fuerte. O mejor: cómo hacer para que sepan que sos fuerte, que no les tenés miedo y que el 22 por ciento te lo pasás por el culo. (...) La pregunta es la de siempre: ¿cómo se crea poder?, ¿cómo se construye poder? Yo siempre dije una frase. La dije desde pendejo. Cuando se hablaba de “tomar el poder”. Todo el tiempo todo el mundo hablaba de tomar el poder. Y yo decía: el poder no se toma, se crea. Quería decir: para tomar el poder hay que tener un poder superior al del poder. Ese poder, ¿de dónde sale? El poder para tomar el poder, ¿cómo se construye?

–Eso era en los setenta. Se creía que tomar el poder era asaltar la Casa Rosada. Como lo hicimos el 25 de mayo del ’73. Con Cámpora en los balcones y nosotros dominando la plaza. Pero hoy, ¿dónde está el poder? No creo que hoy –hoy, eh– construir poder sea algo posible de reducir al ámbito nacional. Y con esto vamos a la cuestión de América latina. Acá ya nadie se libera solo.

–No hay liberación nacional.

–Eso está muerto. O la cosa es continental o no va.

(...)

–¿Se le puede creer a un tipo que llegó a presidente de la República?

–Otra vez: ésos son prejuicios de intelectuales. –Se levanta y vuelve a caminar por la sala. Se pone las manos en los bolsillos. Le gusta hablar como si mirara alguna lejanía–. Sin embargo, es cierto: no es fácil creerle a un Presidente. Más aquí. Más en este país. Tantas veces nos metieron el dedo en el culo...

–Escribí una nota con ese título: El dedo en el culo.

–Cómo era.

–¿Te acordás cuando De la Rúa, casi al final, ya boqueando, lo llama a Menem a la quinta de Olivos?

–Sí, hasta me acuerdo de la foto. Daba asco verlos a los dos juntos.

–Precisamente. De la Rúa ya era un dedo en el culo. Ahora lo llamaba a Menem. Otro dedo en el culo. ¿Para qué lo llamó? Porque quería una segunda opinión. Está basado en un chiste muy bueno. Un famoso urólogo en lugar de un dedo te metía dos. Quería una segunda opinión.

Ni bola le dio al chiste. Me sentí medio pelotudo. Siguió dando algunos giros por la sala. Las manos, las dos manos en los bolsillos del pantalón. Estaba en mangas de camisa. El saco andaba por ahí, tirado en algún sillón, la corbata también. Dice:

–Pero es cierto. Un Presidente ya no tiene credibilidad. Me la tengo que ganar. Hago cada cosa. No te imaginás. A la mañana hablo por teléfono a cualquiera. A cualquiera, eh. Agarro, marco un número y espero. Alguien atiende y le digo: “Buenos días, disculpe que lo moleste. Quería hablar con usted”. “¿Quién habla?” “El Presidente.” “¿Quién?” “El Presidente, Néstor Kirchner. Quiero preguntarle si está de acuerdo con lo que estoy haciendo.” Algunos me reconocen la voz. Esos, aunque no lo pueden creer, me creen. “Qué honor, señor Presidente”, me dicen. Yo les digo que el honor es mío. Y que me diga qué le parece lo que estoy haciendo y qué haría él en mi lugar. Es genial, genial. De lo que estoy haciendo hablan poco. Ahora, de lo que harían en mi lugar... ¡mamita! Tengo que cortarles. O les digo que me disculpen. Que los vuelvo a llamar mañana.

No sé cómo, pero –lo recuerdo bien– ahora estaba Miguel Núñez. Que se reía y tenía un montón de papeles que sostenía como un tesoro o como la prueba irrefutable de algo. Sí, era esto: la prueba irrefutable de algo. Dice:

–Néstor, contale lo que te pasa con los que no te creen. (...)

–Uy, sí. Algunos no me creen. Los llamo a la mañana, ¿no? Como a todos. “Hola, qué tal. Cómo anda.” “¿Quién habla?”, dice el tipo. “Néstor Kirchner, el Presidente. Quería saber...” “¿Quién?” “Néstor Kirchner.” Y el tipo se encula y me grita: “¡Andá a cagar, Carlitos! ¿A vos te parece andar jodiendo a esta hora? Ni el mate me preparé, boludo”.

(...)

Se pone a mirar algo. Uno no sabe qué. Por ahí, nada. No mira nada. Se mira adentro. Busca. De pronto, el ejercicio se acaba y te mira de golpe:

–¿Cuántos poderes hay en la Argentina? –pregunta.

–En cualquier lugar del mundo hay muchos poderes.

–No, no, esas boludeces ya las conozco. La multiplicidad de poderes. Todo se multiplicó en los últimos años. Sin embargo, la globalización es una. Que no jodan. Es una. Son ellos los que nos globalizan. Nosotros, de boludos, nos dejamos globalizar.

–Hay dos poderes en la Argentina. Los dos que Menem armonizó: el establishment y el peronismo. Menem sometió el peronismo al establishment.

–Entones no los armonizó.

–Fue una armonía, pero desigual. Menem convenció al peronismo de que el gran negocio, en los noventa, con la URSS hecha pelota, era seguir al establishment, al neoliberalismo. Nadie dijo que no. Total, todo se había ido a la mierda. Era la hora de ser socios de los triunfadores, de ser parte de la gran cosecha, de afanarse el país con ellos. Esos dos poderes siguen siendo los de hoy.

–¿Y vos proponés que yo me abra de los dos?

–No, que crees uno nuevo.

–¿Y mientras tanto en qué me apoyo?

–Ni el peronismo ni el establishment te pueden atacar por lo menos durante un año y medio. Si abrís un nuevo espacio, muchos te van a seguir. De todos lados. Peronistas que están hartos del aparato, gente de la izquierda, de los derechos humanos, empresarios podridos de los carcamanes del peronismo, hasta Estados Unidos. En serio, puede interesarles una fuerza nueva, democrática, lúcida, limpia, más que la mafia del aparato duhaldista.

–A mí me interesa eso. Y lo voy a intentar. Sobre la marcha se verá cómo viene la mano. Para hacerlo voy a tener que hablar con todos. La política es eso, eh. La política es no hacerle asco a nada. (...)

–¿Eso y no otra cosa? –pregunto.

–Eso y no otra cosa –insiste Néstor–. No hacerle asco a nada.

–Es lo que dice Perón en Conducción política: “A algunos les quiero dar una patada y les doy un abrazo”.

–Eso se lo debe haber dicho Maquiavelo al príncipe.

–Puede ser. Pero seguro no le dijo: “Cuando se negocia hay que ceder el 50 por ciento. Pero quedarse con el 50 por ciento más importante”. En fin, mirá de lo que le sirvió con la Jotapé. Negoció cagándolos a tiros.

Otra vez se queda en silencio. Pero poco. Hace en seguida una de sus transiciones bruscas. Néstor Kirchner es capaz de tomar decisiones impulsado por una fuerza interior que casi no le cabe en el cuerpo. Son tan veloces que uno no sabe si las pensó, si las había pensado o si no las pensó ni por joda, se largó a la pileta nomás. Es algo tan suyo, tan personal como cuando alguien le dice una idea, él no tiene ganas de darle pelota y, moviendo la mano de un lado a otro, con los tres dedos unidos y en punta como si fueran una lapicera, le dice:

–Anotalo. En serio, anotalo. Después me lo das.

Eso y “metetelo en el culo” es lo mismo.

–¿Vos conocés la pobreza? ¿Le viste la cara a la pobreza?

–No mucho en los últimos tiempos. Les vi la cara a los obreros cuando tenía una fábrica con mi hermano. Entre 1965 y 1982. Vino Martínez de Hoz, mi hermano se puso un negocio de Puerto Libre, hizo guita a patadas y yo tuve que negociar la quiebra. Me quedé en pelotas.

–La cara de los obreros no es la cara de la pobreza. Los obreros de la época que mencionás tenían laburo, salario, casa, familia, dignidad. La pobreza es indigna. Menem humilló a los obreros. Los transformó en mendigos. Pero, ¿recorriste el conurbano?

–Lo siento, no. Casi no salgo de mi casa. Escribo como un poseído.

–Le ves la cara a la pobreza y no te olvidás más. ¿Vos peleás por los pobres?

–Peleo para que todo sea menos brutal. No creo que pueda cambiar este sistema de mierda. Además, no tengo ninguna receta. No sé por qué lo cambiaría. Aumentaría la participación de los marginados en la renta nacional. Haría un plan de viviendas. Crearía industrias para que tengan trabajo. Pero ya no creo en el socialismo de Marx ni de Lenin. Hay que hacer otra cosa.

–¿Cuál?

–No sé. O sólo algo sé, apenas algo: nada de dictadura del proletariado.

–Insisto: vos peleás por los pobres. ¿Cuando decís que peleás para que todo sea menos brutal pensás en ellos?

–Sí.

–¿Y cómo no les vas a ver la cara?

–Se la veo en Buenos Aires, Néstor. Los veo revolviendo los tachos de basura. Estoy comiendo en Lalo y desde la ventana veo a los pibes revolviendo la basura. Después, como con una culpa que me perfora el estómago.

–Es el precio que pagás para tener la conciencia tranquila.

–La tengo tranquila. No puedo hacer más de lo que hago. No puedo pirarme como Simone Weil. No puedo ir a laburar a la Renault. Que, además, se rajó de aquí.

–Podés venir conmigo a Tucumán.

Otra faceta de Néstor. Los viajes sorpresivos: “Te venís conmigo”. Sigue:

–Estuve ahí. Fui en tren. Para ver bien todo. Para no dejar de ver la miseria. Cuando el pobrerío se agolpaba junto al tren me tiré sobre ellos. Quería tocarlos, que me tocaran. Tenía un ramo de flores. Ellos sabían para qué había ido. Había una gran fosa. Los milicos habían enterrado ahí doscientos cadáveres. ¿Pocos, no? Total, estamos acostumbrados a cifras peores. ¿No son una mierda las cifras? Te dicen doscientos, quinientos, diez mil, treinta mil y no ves ni una cara. Te muestran la foto de un pibe, de una piba y te querés morir. Te ponés a llorar. “Hijos de puta”, decís. “¿Cómo pudieron matar a esta piba, a este pibe?”. Me llevaron hasta la fosa y ahí tiré el ramo de flores. Después volví al tren y me fui. Oíme bien, la próxima vez que vaya a Tucumán te venís conmigo. Te agarro de un brazo y nos tiramos juntos sobre la gente. Ahí le vas a conocer la cara a la pobreza.

No supe qué contestarle.

Entonces apareció Cristina. Venía contenta, cargaba con un libro de dimensiones temibles. Camina pisando fuerte, siempre decidida, siempre sabe a dónde va. Todo piso que pretenda tolerar esa pisadas deberá ser fuerte. Si no, se agrieta. Si se agrieta, ella no se hunde. Da un pequeño salto y sigue por otro carril. Hasta donde yo sé –no es mucho lo que sé, pero creo conocerla–, Cristina se fija una meta y la meta no se le escapa. Apunta hacia y hacia ahí va. (...) Ahora pone el enorme libro sobre la mesa de gabinete. Es un libro sobre los glaciares.

–Hola, José Pablo. –Y sin pausa alguna– Miren esto. ¿No es hermoso?

Néstor lo mira minuciosamente. (¡Cuánto hace que no meto este adverbio! Claro: apesta a prosa borgeana.) Del modo que sea, el adverbio ya está. Sigamos con él. Si Néstor mira minuciosamente, ¿con qué ojo lo hace? Se supone que con el que no se le piantó para un costado. ¿Cuál es? No es fácil la cosa.

Cuando hablo con él no sé bien dónde mirarlo. Porque uno no demora en descubrir el ojo correcto. Sin embargo, ¿hay que mirarlo siempre ahí? ¿No es remarcar su carencia (esa desviación es una carencia: la carencia de un ojo bien centrado) mirarle solamente el ojo sano? No hacerlo, me pone mal. ¿Por qué no mirarle los dos ojos? Tiene dos ojos. Uno, desviado. Pero no es menos suyo que el otro. Y los dos deben haber tenido la misma importancia en su vida. Y hasta acaso más la tuvo el desviado. Porque era el problema a superar. ¿Cómo superar que uno tiene un ojo para otro lado? ¿Qué cargadas habrá tenido que aguantar de pibe? ¿Cuántas veces se habrá tenido que agarrar a las piñas? Los pibes son muy crueles con esas cosas. (“¡Virola! ¡Bizcacho! ¡Se te piantó un ojo, boludo!”) ¿Acaso en esa frase admirativa de sus compañeros cuando conquistó el corazón de Cristina, la envidia no estaba aumentada por la cuestión del ojo?

–¿Vieron la mina que se levantó Lupín?

Podría significar:

–¿No es increíble que el virola éste, con ese ojo que se le fue a la mierda, se haya levantado esa mina?

Cuando me mira de frente trato de mirarle los dos ojos. Darles la misma jerarquía. Y, cuando no puedo, le miro el entrecejo. De esto debe estar más que apiolado porque lo deben hacer muchos. Es la más fácil. “Le miro el entrecejo y zafo.” Porque hay otro problema: no es tan fácil descubrir en todo momento cuál es el ojo al que hay que mirar. A veces se le mezclan a uno. Y se encuentra mirando el que no quería, el que se había vedado. La clave –creo– es no vedarse ninguno. Mirarlo a los ojos como suele decirse. Si uno lo mira así (a los ojos) lo mira indiferentemente a uno y a otro. Se libera del problema del ojo privilegiado. Total, a él ya le debe importar poco a dónde lo miran. Creo que delegó el problema en el otro. Con el tiempo encontrará una solución fantástica. Los grandes actores norteamericanos, los rudos, los que hacen películas de cowboys o de guerra y tienen que andar mucho bajo el sol, siempre entrecierran los ojos. Clint Eastwood tiene los ojos como dos rayitas. (...) El ceño siempre fruncido, siempre malhumorado, y la boca la ladeaba hacia la izquierda o hacia la derecha. Cuando lo hacía mostraba los dientes y cerraba ese ojo, el otro lo dejaba totalmente abierto. La excusa era el sol. Alguien (¡qué lástima que no fui yo!) le dio a Néstor estos datos. O él lo descubrió solo al asunto ese de cómo cerrar un ojo y quedar como un cowboy bravío. La cuestión es que empezó a hacerlo y le quedó bárbaro. Clint Kirchner reemplazó al pibe del ojo virado de la primaria, de la secundaria, de la facultad, de la militancia. Se acabó: ahora era el Marshall de la República, era Clint Kirchner y tenía, como siempre, a la chica más linda del pueblo.

La chica más linda del pueblo dice:

–¿No es hermoso?

–Son los glaciares –dice Néstor.

–Sí, ya sé, bobo. Pero el libro me lo regaló Joseph Stiglitz. Hace dos horas que estoy hablando con él y tiene un montón de ideas para ayudarnos.

Joseph Stiglitz es Premio Nobel de Economía. Suerte que Cristina no agregó: “Vos, en cambio, hace dos horas que estás con este nabo con el que no vas a ir a ningún lado”. Pero yo lo pensé. “Cristina debiera decirle eso.” Jamás lo habría hecho. Sin embargo, si así me pareció, tal vez fue porque algo de eso flotó en el ambiente. ¿O era yo el que lo sentí, era yo el que se sentía un intruso en la Casa de Gobierno, el que no tenía un Premio Nobel ni Saramago le había dicho cómo ganarlo? Stiglitz siempre fue importante para el gobierno de Néstor y Cristina y sigue ahora cerca de ella. Desde luego, está contra la libertad de mercado, a favor del intervencionismo estatal y el Mercosur. Para el establishment y sus periodistas, una pesadilla. Un enemigo mortal.

Cristina dice:

–Hasta luego –y desaparece tras la puerta.

–¿No querés ir con Stiglitz? –le pregunto a Néstor–. Debe tener cosas más importantes que yo para decirte.

Néstor sonríe sonoramente.

–No te creo que digas eso en serio. Para vos, un economista, aunque sea Stiglitz, es un tipo que sabe sumar y restar, pero de política nada.

–Conocés la frase: la política es algo muy importante para dejársela a los economistas.

–¡Claro! Miralo a Menem. Les dejó el país a los economistas. Lo hicieron mierda. Pero hay otra cosa.

–¿Otra cosa?

–Otra cosa por la que no te creo que digas en serio que me vaya con Stiglitz y te deje. Entre Stiglitz y vos, te parece mucho más importante que esté con vos.

–Bueno, con Stiglitz está Cristina. Es posible que ya sea suficiente.

–Tampoco es por eso. Mirá, José Pablo, vos tenés muchas buenas cualidades. Pero creo –creo, eh– que la modestia no figura entre ellas.

–¿La modestia es una buena cualidad? ¿No es una cualidad medio pelotuda? ¿De qué te sirve la modestia? (...) ¿Vos sos modesto? Si me decís que sí tampoco te creo.

–No sé si soy o no modesto. Pero soy bravo, peleador. Voy a tratar de armar un gran quilombo antes de que me saquen de aquí. ¿Y sabés cómo me sacan de aquí?

Se inclinó hacia mí y me miró fijo. No supe con cuál de los dos ojos, pero sin duda con el mejor. Y con una certeza que sostenía existencialmente todo su edificio político, dijo:

–De aquí me sacan con los pies para adelante. Solamente así.

Me encargó una misión que ya comentaré. Pero nuestra conversación en la sala de gabinete había terminado. Terminó con esa confesión de hierro. Esa confesión que implicaba la aceptación del riesgo de la vida y la decisión de entregarla si era necesario. Creo que también agregó:

–Yo, de aquí, no me voy en helicóptero.

Ese encuentro –el primero– había durado una hora y 45 minutos.

domingo, 27 de marzo de 2011

24 de marzo Día de la Memoria

Juventud Kirchnerista Presente!!!

El acto del viernes en Parque Patricios fue la presentación pública de la masividad juvenil kirchnerista. Después de la muerte de Néstor y con el murmullo mediático alrededor de La Cámpora, una columna impresionante bajando por la calle Colonia mostró el crecimiento de la militancia y probó, por si hiciera falta, que la relación del gobierno con la juventud es bastante más que discursos de ocasión o buenas intenciones.

Recurriendo a una unidad métrica más cercana a la precisión que a la especulación del deseo, alguien calcula: “Yo vine a Huracán a ver a los Redondos. Habían metido 40.000 personas y estaba al taco”. Pero por lo bajo, aunque importaba saber si el estadio iba a reventar o no, la contabilidad parecía pasar por otro lado. Parados en la esquina de Colonia, viendo cómo bajaba la interminable fila de humanos, la pregunta que se venía macerando en las últimas semanas al fin reflotaba: menos que saber cuántas personas había, lo que importaba era ver cuánto había crecido La Cámpora. Ese parecía el sentimiento más generalizado entre los que pateaban la tórrida tardecita de Parque Patricios. Era la primera vez desde la muerte de Néstor Kirchner que la agrupación participaba de un acto de esta envergadura y los ojos también se posaban ahí: había que demostrar que si estaba de moda hablar mal de ellos en la prensa hegemónica, era porque verdaderamente eran una fuerza política que estaba en condiciones de convocar multitudes juveniles como hacía décadas no pasaba en la Argentina.

Rock de mi país. Ya desde las 12 del mediodía, siete horas antes del horario estipulado para el comienzo del acto, el movimiento en la esquina de Caseros y La Rioja empezó a acelerarse. Uno tras otro, comenzaron a llegar micros desde el interior que hacían la parada técnica en el local que la juventud tiene allí. Bajar, acomodar los palos para las banderas, organizar los flameadores, cargar en el local varios packs de agua mineral y encarar para Caseros y Jujuy, punto de encuentro de la columna que iba a marchar hacia el estadio. En total, cuatro horas de hormiguero y disciplina organizativa en medio de un calor agobiante.

La escena estaba protagonizada por una cantidad de pibes y pibas muy jóvenes, todos con su remerita iconográfica. Veamos: un grupo de tres chicas que bajan de un micro que llega desde la provincia de Buenos Aires, remera Cris Pasión para dos, remera La Cámpora, la tercera. Una pareja camina con un agua mineral cruzando Caseros hasta sentarse a la sombra de un árbol en el parque, él remera negra de La Cámpora universidad, ella una que dice “Locas por Cristina”, llena de colores. Cultura de época, según parece, todos van con las consignas pegadas al cuerpo, como en un gesto doblemente afirmativo de reconocimiento. “Soy kirchnerista, banco al Gobierno y me lo pongo en la remera para que todos lo sepan”, parece decir cada uno de los que nos cruzamos por el barrio.

Sin embargo, si hablamos de iconografías pegadas al cuerpo, el que se lleva más de la mitad de las remeras es el Eternauta con la cara de Néstor, verdadera imagen del año de la militancia joven. Tal vez pocos lo sepan pero esa imagen apareció por primera vez hace exactamente un año como una de las formas (una más) de convocar al acto que para la misma fecha se hacía en Ferro, con Néstor Kirchner como principal orador. Era un afiche blanco con el Néstornauta en negro y a sus pies, con la tipografía clásica de la revista Fierro, decía “Ferro”. Pocos lo vieron, de hecho tuvo una circulación más bien acotada, centralmente en las redes sociales. La imagen estaba destinada a la fama. El 14 de septiembre, cuando se realizó el ya mítico acto de las juventudes políticas kirchneristas en el Luna Park con Néstor aún convaleciente y Cristina como oradora central, el ingenioso diseño se impuso, entre otros candidatos, como marca del acto. Desde el 27 de octubre el Nestornauta es el sello iconográfico indiscutible de una generación de nuevos militantes políticos que no dudan en llevarlo a todos lados, como si fuera un talismán.

Larga marcha. Ni bien empezamos a transitar la enorme columna de varias cuadras con la que La Cámpora avanza por Colonia rumbo al estadio, lo primero en lo que se piensa es en el dinamismo y la velocidad con la que a veces se dan a los procesos políticos. Y ante la perplejidad que causa ver la multitud de jóvenes que saltan y cantan e inflan sus pechos de mística kirchnerista bajo un sol impiadoso, lo que se busca es una explicación para lo que se está presenciando. Es falso decir que esta explosión de la militancia es consecuencia de la muerte de Kirchner porque la generación espontánea en política no existe y este presente habría que encuadrarlo en un proceso temporalmente más vasto de crecimiento de las organizaciones juveniles; y al mismo tiempo, sería necio no incorporar al análisis de esta masividad inédita el baño de mística que supusieron las jornadas de despedida de Néstor a fines de octubre de 2010. Esto es en tren de ponerse a pensar media hora después de que la columna pasó, porque lo que sucede mientras los miles de chicos caminan impresiona y llama más bien al silencio y a la suspensión del análisis.

“¡Escuchá, escuchá!”, grita uno con remera de la Juventud Sindical y apunta su celular al horizonte. La llegada de esa columna conmueve y se hace inevitable que los que observan de costado lo hagan con una sonrisa y levantando el celular para que del otro lado de la línea alguien reciba un magma de voces colectivas en plena ebullición. “Llegó La Cámpora, señores” y adentro de ese brazo largo hay de todo: murgas, bombos, chicos y chicas con remeras blancas que indican el terruño donde, un buen día, decidieron que había que plantar la semilla de la militancia: La Cámpora Bajo Flores, La Cámpora Caballito, La Cámpora comuna 12, La Cámpora Diversia, brazo militante de aquel fogoso y necesario debate nacido al calor de la Ley de Matrimonio Igualitario. La política, se sabe, tiene actos de habla que parecen resistir el paso del tiempo: ahí están los bombos, la marchita, las alusiones cantadas a Perón. Pero también es una ciencia misteriosa y extraordinaria que cuando abre los brazos recibe todo, como un cuerpo que más que cambiar por fuera, prefiere modificarse por dentro. Lo novedoso de la liturgia, entonces, parece eso: abrir las puertas de la percepción a biografías que tal vez no reparen en lo que se celebraba ese mismo día hace 33 años porque están demasiado ocupados en celebrar su propio y festivo ingreso a la política. Su propio 11 de marzo.

Primera vez. “Cómo están los pibes, eh”, reflexiona un hombre de cuarenta y tantos, manos curtidas y remera de Foetra. El rostro apabullado parece menos percudido por el calor que por la visión de un estadio repleto donde el promedio de edad tira poderosamente hacia abajo. Resulta inevitable pensar que de eso se trata el tan mentado florecimiento de las mil flores: militantes históricos, ya sea del sindicalismo o del brazo que se resignó hace décadas a marchar en soledad, gente de la columna vertebral del peronismo y gente que le tocó ser a ellos mismos la nueva militancia pero veinte años atrás, reunidos ante el asombro y la alegría de ver a sus hijos correteando en el pasto y las gradas de un estadio al taco. Pero corretear, acá, no es sinónimo de compañía pasiva o travesura infantil: se trata de una presencia que viene a reclamar su derecho a la apropiación del mito. “Vinimos por Néstor y Cristina, porque por primera vez tenemos un proyecto que nos pertenece”, declama una chica que lleva el rostro de la Presidenta en la espalda, sobre el lema “BanKando a Cristina”, y cuyas facciones invitan a reflexionar qué quiere decir primera vez para alguien que apenas supera los veinticinco y que en el 2003, probablemente, estuviera debutando en el sufragio universal. Ocho años: sólo ocho años pasaron desde que la política pasó de ser una obligación instituida en las clases de Educación Cívica del secundario a una obsesión que decora las habitaciones, las remeras y los días de miles y miles de jóvenes.

Y desde abajo, cuando terminó la entonación protocolar de un himno nacional cantado hasta donde no tiene letra (el público argentino tiene el privilegio de saber cantar hasta la sección instrumental de cualquier hit) y la Presidenta se paró frente al micrófono apenas pasadas las siete de la tarde (“Florencia me pidió que fuera puntual porque hace mucho calor”, diría) empezó lo que parecía, pese a la multitud, una reunión familiar. Es que Cristina marca todo el tiempo a la juventud como su interlocutor: ustedes ahora, y yo cuando era como ustedes. Continuidad y ruptura, tradición y futuro, y en el medio la palabra Cámpora con un pie en cada mundo. El viernes, además, Cristina les hablaba efectivamente a sus hijos Máximo y Florencia, que encabezaron la columna de la juventud y entraron al estadio con todos.

Militancia y alegría, términos que vivieron separados durante mucho tiempo y cuya unidad comenzó a proclamarse como imprescindible en los últimos años. Muchos –aunque muchos también sabían que está en el gen del kirchnerismo no mostrar las cartas hasta el último momento– querían escuchar la palabra reelección de boca de la Presidenta pero la mayoría había ido ahí para cumplir un festivo y visceral ritual de unidad. El discurso de la Presidenta, teñido de un llamado a la construcción, al empuje y a no bajar los brazos porque hay que seguir teniéndolos abiertos para recibir a lo que todavía queda por llegar, fue el acto principal de una fiesta más grande que incluía batucadas, botellas cortadas a la mitad llenas de esa fresca ambrosía llamada sangría, y besos y risas y poses para las fotos que a las pocas horas llenarían los muros de Facebook de etiquetas compañeras. Muros como el de Julieta, de 18, que el viernes puso: “Todos a Huracán a bancar el proyecto nacional y popular”. Lo potente de ese episodio, y tal vez lo que dibuje mejor que nada el clima de estos meses, es que Julieta vive en un barrio de clase media del conurbano, que acaba de terminar la secundaria en un colegio privado de la zona, y que la política durante todos estos años pasó más bien lejos de la cena familiar. Pero algo de la época la encendió, algo que es un arcano indescifrable pero con consecuencias contundentes que hicieron que Julieta combinara tren y colectivo con cuatro amigos, también de su barrio y con historias similares, y se entregara a la fiesta militante de Huracán. Julieta es la segunda vez que va a un acto masivo en su vida. La primera vez fue cuando fue a llorar a Néstor.

Ni un camino sin andar. El discurso, corto, contundente y emotivo, terminó como terminan los buenos actos políticos: dejando flotar en el aire las voces de los oradores, el sentido de sus palabras, y dando paso a la música que siempre es el soundtrack interno de las desconcentraciones. Pero inclusive ahí también, en el orden de las canciones de cierre, hubo una línea de tiempo y de referencias que surcó el denso aire estival para darle la razón a la Presidenta cuando pidió que no se enrrosquen en discusiones bizantinas. El primer tema, la marcha de Hugo del Carril, sonó como un mandato litúrgico que, si bien fue entonada por todos, parecía bullir en el mercurio de un termómetro simbólico y estético que le queda lejos a esos militantes que seguían en el pasto, bailando como figuras fosforescentes en su propio verano del amor. Una canción para las gargantas de los mayores que emprendían la vuelta a casa pero una introducción a los himnos del corazón de aquellos que no se querían ir y por eso se quedaron cantando su ritual generacional: Los Piojos, la inevitable Juguetes Perdidos de los Redondos, inclusive Tu amor de Charly y Aznar como prueba de que la militancia es también hija de esa canción de todos, más cercana en el tiempo y más acorde a la flexibilidad de una mochila sin peso, que supo surcar el largo florecer de la primavera democrática.

La salida fue menos organizada pero no menos fervorosa que la llegada. Los últimos en irse siguieron cantando y flameando banderas hasta que llegaron a la boca del subte, al local de Caseros, a la parada del colectivo o a las míticas parrillas del barrio como si su presencia no fuera algo que termina cuando se apagan las luces que la hacen visible. A fin de cuentas, algunos estaban ahí para decir que estaban, otros muchos para agradecer porque podían estar y todos para confirmar que seguirán estando un buen rato más.

viernes, 4 de marzo de 2011

La presidenta CFK inaugura las sesiones ordinarias del Congreso Nacional.


La presidenta Cristina Fernández de Kirchner dejó inauguradas las sesiones ordinarias del Congreso Nacional.

Con un fuerte acompañamiento de militantes que se acercaron a la Plaza de los Dos Congresos, Cristina anunció medidas de fuerte contenido inclusivo y repasó los logros de su Gobierno.

Miles de militantes acompañaron a Cristina. El calor que a esa hora azotaba Buenos Aires no pudo frenar el clima festivo que reinaba entre los militantes que al ritmo de las trompetas cantaban alentando a Cristina y recordando a Néstor.

De esta manera, nuevamente, la juventud organizada dio su respaldo al proyecto nacional y popular que fue explicado con claridad y solvencia por nuestra presidenta ante la Asamblea Legislativa.

Uno de los anuncios más aplaudidos fue la decisión de ampliar la Asignación Universal por Hijo a todas las mujeres embarazadas a partir de los tres meses de gestación.

“Hoy quiero anunciar también que quiero extender esta asignación universal por hijo a las mujeres embarazadas a partir del tercer mes de embarazo. Asignación universal por hijo que vamos a incorporar, porque viendo las estadísticas hemos decidido seguir apostando a la vida. Cuando hablamos de la evolución de la mortalidad materna, tiene que ver siempre con la inequidad de género pero fundamentalmente con la injusticia social, fundamentalmente con la injusticia social, seas hombre o mujer, o te morís enferma por una cosa o se muere el hombre enfermo, pero la injusticia social sigue siendo el gran separador y el gran negador de derechos en la República Argentina”, afirmó Cristina.

Este nuevo avance en la redistribución del ingreso para los argentinos significa que las mamás podrán realizarse los controles necesarios para lograr un embarazo controlado, evitando así enfermedades futuras en los niños. Además es una fuerte política estatal con el objetivo de frenar la mortalidad materna.

En ese sentido, Cristina explicó: “Las causas directas, las que tienen que ver con complicaciones explican más de la mitad de las muertes de las mujeres por aborto, superan las del aborto, el 21 por ciento es el aborto y las directas son el 59 por ciento. Con esta asignación universal por hijo, que significará inscribirse en el Plan Nacer y controlar a todas las madres, con todos los controles médicos y a la criatura con las mismas condiciones, estamos haciendo una muy fuerte apuesta a la vida y a uno de los objetivos también de descender la mortalidad infantil y descender la mortalidad materno-infantil, y estoy segura que lo vamos a poder lograr”.

La presidenta también se refirió al crecimiento económico que viene demostrando años tras año nuestro país.

Así, Cristina sostuvo que nuestro país viene experimentando “el crecimiento, con inclusión social más importante de la historia”.

Durante su discurso hizo mención a Néstor Kirchner a quien señaló como el impulsor “las bases de la acumulación económica con inclusión social”. A continuación marcó un rumbo claro en materia económica: “En 2010 se construyeron las certezas de que ese era el modelo indicado para que Argentina creciera como nunca lo hizo