viernes, 8 de abril de 2011

Bono no entiende


(*) Por Orlando Barone

No se entiende cómo el cantante Bono, a sabiendas de que aquí gobierna una dictadura, visitó a la Presidenta en la Casa Rosada. Y para colmo, a la noche se fue a comer feliz a la parrilla La Brigada. Y mientras él degustaba carne gourmet, que de tanta ternura se puede cortar con la cuchara, el alto periodismo argentino era atacado por pandillas fascistas. Una incongruencia ética.
No se entiende por qué el irlandés no hizo honor a su activismo a favor de los pueblos oprimidos. Ni a su incesante defensa de los pueblos saqueados y sumidos en deudas externas tan cuantiosas que los chantajean hasta la eternidad y a los que él recomienda no pagarlas.

Lo único que falta es que después nos enteremos de que Bono se hizo visitar en la suite por cuatro botineras. ¡Pobres Clarín y La Nación! Y él como si nada. No encendió la radio para escuchar a Jorge Lanata y a Nelson Castro alertando sobre el silenciamiento que se viene tramando. Son los “más débiles” los que corren peligro. Los que parecían los más fuertes. Y Bono no puede ignorar lo que nos está pasando. Si al menos hubiera hecho un poco de zapping habría escuchado a las diputadas Silvana Giúdice y Patricia Bullrich denunciando el oprobio del sindicalismo bloqueando a los diarios. Bloqueando a la sociedad la información plural y democrática que recibe diariamente. Si no fuera por los grandes medios, nadie se enteraría de la realidad atroz y corrupta en la que el país está sumergido. Pero Bono está en babia. Él se fue a manducar a la parrilla y se fue a saludar a Cristina. Y no le importa que su recital sea en La Plata, la misma ciudad donde todavía está caliente el paso de Hugo Chávez. Ese déspota venezolano honrado allí con el premio al periodismo libre llamado Rodolfo Walsh. Si habrá sido absurdo ese premio al bolivariano que desde canal 5, y para injuriarlo, Eduardo Feinmann alabó a Walsh. ¡A Rodolfo Walsh! Enseguida se dedicó a putear a los piqueteros que cortaban una calle. Ese Eduardo Feinmann es a Walsh como un chihuahua faldero que lame los pies es a un lobo estepario.

Sigo con Bono. Me sirve como hilo conductor de este relato inconducente. Más inconducente es la desopilante comisión legislativa que simula creer que la libertad de prensa tiene su origen en la casa de Héctor Magnetto, porque sabe que sin él la oposición no tendría sala para ofrecer sus actuaciones. A Bono le sobran salas de concierto. Lo que causa perplejidad es que estando en un país en riesgo de perder la libertad, no reaccione. No pida visitar las prisiones donde periodistas encarcelados dan prueba de que el domingo que no pudo salir el “gran” diario argentino fue una página en blanco. Tan en blanco como las informaciones que se ocultan. Como la de los hijos apropiados, la de la trampa a la Ley de Medios, la del contubernio de Papel Prensa y la de haber abolido al sindicalismo en sus empresas, etcétera.

Es que aparte de su cachet por el concierto, ¿los de La Cámpora le pagaron a Bono sumas extras sacadas de la caja que estaba destinada a la leche de recién nacidos de regiones pobres? Así se justificaría que el músico candidato al Premio Nobel de la Paz se niegue a enterarse y no lea las plegarias de Joaquín Morales Solá y de Ricardo Kirschbaum. O será que los de Carta Abierta le lavaron la cabeza avisándole que los de Cablevisión y los jueces cautelares conspiran contra la infancia y no quieren poner en la grilla Paka Paka. Pero si eso es una burla. Ahí se lo ve a Dolina recomendando esa señal como si fuera un niño. Semejante grandote haciendo payasadas. Todo por plata. Por suerte el país tiene la escandalizada reacción de Pino Solanas escandalizado del escándalo y saliendo a defender a sus sponsors mediáticos. Cuando filme su próxima película sobre cómo se roban los glaciares, va a tener la promoción asegurada. Así como ahora tiene asegurada su exposición opositora que podría llamarse “sin retorno”.

Pero Bono sigue sin enterarse. Está bien que un ídolo como él no ande así nomás por la calle; y que los vidrios polarizados le impidan enterarse del clima de rebelión del Gran Oriente Medio que arde; y cómo el pueblo se subleva vitoreando a Clarín, La Nación y Perfil y vivando a la prensa libre, a Cablevisión y radio Mitre. Incluido Tenembaum, uno de los más perseguidos, que por suerte tiene un trabajo próspero a pesar de ser un adalid en la lucha contra el poder. Esa contradicción es curiosa: los periodistas que se supone luchan contra el poder son marginados. No tienen quién los banque. Sin embargo, en la Argentina pasa lo contrario. Son ricos o exitosos o todo a la vez. Y ya que hablamos de poder… Bueno, hablemos del poder, ya se sabe. Los periodistas cuando decimos “el poder” ponemos un acento conspirativo, o lo escribimos mirando fijo a la Casa Rosada y hacia la CGT y dando por supuesto que el poder está ahí. Y no en otras partes. Y eso nos explica. Nos explica sin explicarlo. Más explicada es la Academia Nacional de Periodismo. Existe. Una academia es como un club exclusivo. En éste, los asociados representan en su gran mayoría a los medios dominantes. No van a nombrar a un académico que venga de un pueblo aborigen, de un movimiento popular, de una cultura antigarca. Salvo que entre de colado. Ahí lucen académicos de larga trayectoria democrática, republicana y bien argentina. Bien, bien ¿se entiende? Sus curriculums son más largos que sus propias vidas. Incluyen en sus páginas hasta haberse sentado una vez en un seminario en alguna academia de un barrio de Tasmania sobre algún tema innecesario dictado por otros académicos idem. La experiencia no les dio conocimiento pero sí un diploma de asistencia que en el cerebro no sirve para nada. Como hay muchos otros miembros que no militan en esa mi prejuiciosa semblanza uno se pregunta cómo conjugan. Es que el sello de una institución es una cosa seria. Cuando uno se muere te mandan una corona que dice “de la Academia de qué se yo qué etcétera, etcétera”. Y los deudos sienten que esa corona es un privilegio. Que el muerto pertenecía.

Los clubes a los que me refiero otorgan premios a sus socios y -para justificarse- cada tanto nombran a algún académico de rango popular que los provea de alguna honra que se les pierde en sus avatares y mutaciones. Y agachadas. Víctor Hugo Morales al enterarse de que la Academia de Periodismo se acopló a la denuncia sobre el supuesto ataque a la libertad de prensa, acaba de presentar su renuncia. Se ha lanzado a una aventura inédita para un periodista destacado, casualmente en los medios a los que sus “destacados” se someten mientras él se rebela. Probablemente al aceptar integrarla, Víctor Hugo no se acordó de aquella advertencia de Groucho Marx: “No sería nunca miembro de un club que me tuviera como socio”. Un tipo como él no viene del lugar que la Academia considera natural. Es un poquito, cómo decir, inusual, modesto, impuro. Él no se merecía ese carnet. El mismo que lucen ahí académicos laudatorios de los gobiernos militares y de las corporaciones vaciadoras; entre ellos prevalecen quienes ejercieron cargos directivos en La Nación y Clarín. Muchos no resistirían una relectura de sus artículos sin algún remordimiento de épocas de dictadura, persecuciones y censura donde ellos se lucían con libre albedrío.

El problema es que una academia de periodismo es como una academia de hipocresía. Allí se juega a defender la democratización de la palabra bajo el guión de los patrones.
Al unísono, el colectivo opositor que sale a defender a la prensa dominante bulle casi feliz de poder demostrar su fidelidad a quienes les hace creer que todavía están políticamente vivos. La paradoja es salir a defender la libertad de prensa siendo que esa libertad tiene apropiadores que la acaparan. Para eso los acaparadores invirtieron tanta plata. Si ese es el principal baluarte de la democracia -como dice la leyenda, que debería volver a considerarse-, entonces habrá quien compre la mayor cantidad de libertad de prensa y sea dueño de ella. Y de su delivery.
Entretanto, Bono canta sin darse cuenta de lo que sufre aquí el periodismo.
Así no va a ganar nunca el Premio Nobel.

No hay comentarios: