lunes, 28 de septiembre de 2009

Las cacerolas de Recoleta

Por Alejandra Dandan
Como un eco de los “piquetes de la abundancia”, se los ve tratando de oponerse a la ley de medios. Les cuesta.

Las cadenas de mails empezaron a correr temprano. El jueves a las ocho de la noche, la recoleta esquina de Santa Fe y Callao reunía a la primera avanzada, los doce apóstoles de los cacerolazos porteños, señoras y señores de sacón y enojadísimos con las políticas del Gobierno. “Pero qué es lo que pasa que no llegan los medios”, protestaban mientras pasaba el tiempo. “¿Pero qué pasa que no somos más?”, lanzó una mujer. “¿Pero qué querés?”, le dijo otra. “Si ahora Cristina Kirchner se compró un departamento en este barrio, que está siendo copado por gente de ellos.”
Después de meses en que las cacerolas estuvieron tranquilas, acomodadas en los estantes de algún armario, ordenadas entre los aburridos avatares de la vida doméstica, en la última semana volvieron a salir. Como lo hicieron sus dueños, se permiten la ocupación de la calle y por unos instantes, al menos por unos, se vuelven vecinas de las impiadosas avanzadas de cartoneros. Sin el conflicto de las retenciones como escenario de fondo, los pobladores intermitentes de la esquina de Callao se juntaron a repudiar el tratamiento de la ley de medios. En vísperas del debate en el Senado, reunieron a unas seiscientas personas el lunes, a unas cien el martes y el miércoles terminaron en cincuenta.
–A ver, ¿qué podemos hacer? –dijo de pronto una de las mujeres, en el centro de una rueda. El resto la observaba en medio de Callao, como en las populares de una cancha. Si a esa altura no habían logrado fuerza suficiente como para cortar todo el entramado de la calle, por lo menos resistían en un sector como para hacerla zizaguear.
–¿Por qué no lo discutimos? –lanzó un señor.
–¿No sería mejor suspender la reunión de mañana y reunirnos directamente la semana que viene?
–¡Sí!
–¿Y qué día? –indagó el señor– Porque lo mejor sería establecer un día, tener un día fijo, así todos saben que tienen que venir.
–¡Sí!
–¡Los lunes! ¿Por qué no los lunes? ¿Convocar a un cacerolazo todos los lunes a las ocho, y acá?
–¡Sí! –se escuchó de nuevo, pero la propuesta pasó a un cuarto intermedio. Los lunes a las ocho de la noche a los muchachos de la esquina de Callao y Santa Fe se les complica. “Con los feriados, los lunes siempre va a haber problemas –dijo uno—, por qué no quedamos para el martes.”
Hasta el año pasado, durante los momentos más picantes de la discusión por la 125, las cacerolas llegaban a las esquinas de Buenos Aires de dos maneras. Las más ruidosas aparecían en los momentos más complicados del conflicto entre el Gobierno y las patronales del agro, cuando la Mesa de Enlace y los sectores asociados convocaban a un paro o movilización. Cada tanto, sin embargo, aparecían ruidos menores. Grupos de diez a veinte personas, una suerte de Quijotes de otro tiempo, decididos a pararse en medio de todo, cuando la ciudad dispuesta a seguir de largo, a darles la espalda. Sucedió después de la nacionalización de los fondos de las AFJP, por ejemplo, cuando los grupos más pequeños salían y quedaban allí, como mojones helados en medio del tránsito, o el simulacro de un original que parecía quedarse sin aire.
Entonces, se dijo, eran filones del grupo político de María del Carmen Alarcón los que estaban detrás de los Quijotes. El Grupo Pampa Sur alentaba la presencia. Ahora, la ex dirigente del agro, funcionaria del Gobierno, parece estar lejos de esas convocatorias. Pero las concentraciones siguen estando. Menores, pero están. “Es siempre la misma gente”, dice ahora un hombre de aquel grupo político. “Son siempre los mismos, los que estaban el año pasado, que a nosotros nos venían bárbaro, de ahí conozco a un montón de gente.”
En el extremo sur de la esquina del corte, en tanto, un señor entrado en años le pega a su cacerola como usa el hacha con la que tira abajo algún árbol.
–Soy paisajista –dice.
–Ayyyy, ¡qué lindo! ¿Pinta cuadros o murales?
–No, corto el pasto.
Jardinero al fin pero jardinero de alcurnia, vive a unas seis cuadras de ahí, en Ayacucho y Arenales, es un trabajador “independiente” de las casas con jardines y no está afiliado a ningún partido político, dice. El paisajista caceroleó en 2001, explica, con Fernando de la Rúa, caceroleó con Blumberg, caceroleó más tarde con la 125 y ahora castiga a su cacerola con la ley de medios. “Me siento pisoteado por la ley, qué quiere que le diga –dice—, es que esta cosa va mutando.”
–¿Y por qué los medios?
–Porque no estoy de acuerdo con las comisiones.
–¿Y su trabajo? ¿Qué pasa con su trabajo? ¿Está mal? ¿Tuvo problemas? Digo, ¿alguno de los dueños de jardines es un empresario de medios?
–Es que todo empezó desde la 125 a esta parte –explica—: bajó todo el trabajo, cambió todo a partir de ahí. Desde que se paró la producción y no se exporta, ¡cayeron todos los trabajos!
Adelante, en la rueda, la discusión vuelve a ponerse vigorosa. Los policías ordenan el paso de vehículos. Desvían autos. El corte gana cada vez centímetros en el asfalto, se extiende, no mucho, sólo un poco pero avanzan como si buscaran compensar el número conquistando más espacio. El señor que lleva la voz cantante en el centro de la rueda sigue ordenando la cosa para la semana que viene. Habla aplomado, como los propietarios en las reuniones de consorcio. “¿Alguien sabe por qué no vienen los medios?” Y sigue. Una rubia, joven, vestida de jogging, aprieta un silbato entre los labios. “Yo lo que digo es que para el próximo lunes, no”, dice la rubia. “Mejor el martes, yo ese día voy a salir de mi edificio, y desde que salgo voy a venir sonando el silbato, para que la gente se mueva.”
Pasos más adelante, alguien observa con una remera tipo Lawn Tennis Club. Otro cabecea con una boina, las cejas anchas, con andar a lo vasco, parecido a uno de los muchachos de Alfredo De Angeli. Un pibe con cara de rugbier también se parece. Son los muchachos que suelen proteger al jeque agrario en los tumultos del último año, especialmente cuando las mujeres se le lanzan para abrazarlo.
“A nosotros no nos consta”, dice alguien en torno del dirigente entrerriano. “Hubo cadenas de mails, es cierto, a mí me llegó uno, pero ni siquiera lo reenvié, no estamos convocando a los cacerolazos, no estamos buscando una confrontación en este momento con el Gobierno.”
En tanto, en la rueda, crece la preocupación por los asistentes. ¿Pero por qué no hablamos con Bergman?, dice la rubia de silbato. “Si él tiene un blog, él dice todo, tenemos que mandarle un mensaje pidiéndole que lo pase.” Perfecto, dice el señor, con el tono de organizador de la cosa.
–Ay... ¿vos estás anotando los e-mails?, pasa uno y pregunta al cronista, como si todas estas cosas tuvieran alguna arroba que pudiera llegar a interesarles.
–No –digo–, pero me encantaría conocer algunas historias...
Y entonces el coordinador intenta escaparse a partir de ese mismo momento. ¿Historias?, pregunta. Sí. ¿Quiénes son los históricos? Quiénes los que están desde la primera vez. “Si querés a los históricos –dice– tenés que hablar con una que es un primor, mirá: es la hija de un comisario, ¡no sabés!, ¡y hasta nació en una comisaría!” Y si no, explica, “vení que te presento a otra”. La señora, catoliquísima, me cuenta, es conductora de un programa de radio de toooooda la noche. Trabaja completamente ad honoremmmm, obviamente, y rezan todos los días a la virgen, ¿viste?, para ayudar a los pobres. Otro, en cambio, es un señor. Una especie de conde antiguo, de esos con cara de noble de galera. Dueño de ochocientas hectáreas en pleno corazón sojero, pero dispuesto a sacar a sus hijos de la universidad el año que viene porque no puede pagar más. Menos mal, dice, que es librero de libros usados, con eso los mantiene.
–Necesito un “Entre nos” de Mansilla, ¿lo tiene?
–Gran libro –me dice. Y a éste juro que le creo.
En tanto, en Internet el rabino Bergman publicita su almuerzo con Mirtha Legrand y su paso por Hora clave al costado de la home, en una columna fija, sin movimiento, que queda ahí, estática, como remitiendo la escena siempre a otro lugar, elevándola, instalándolo entre el podio de las estrellas.
–Lo importante ahora es ser claros –dicen por fin, asamblea mediante–: ¿Qué es lo que vamos a exigir?
–Pero por qué –dice la rubia–: pidamos por los impuestos, porque no llegamos a fin de mes, por el 28 de junio, porque no queremos aumentos...
–Pero pidamos una sola cosa –baja línea el coordinador–: ¡Si no, no va a venir nadie!
–¡Pero por qué! –chilla otra–: acaso, ¡¿no somos democráticos?!

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