jueves, 22 de abril de 2010

Tinto y Choripan por Norberto Galasso

El escenario político argentino muestra hoy una nueva embestida desestabilizadora orquestada por la oposición con apoyatura externa. En los hechos -más allá de los discursos- se ha generado una nueva Unión Democrática que puja por atrasar el reloj de la historia. La reunión parlamentaria del último 3 de diciembre fue una clara expresión de este connubio: el oficialismo, primera minoría, quedaba subordinada al frente constituido por casi todo el resto de la oposición. Es decir, varias minorías, casi todas sin programa, otras con pasados impresentables, otras impulsadas por el oportunismo, se juntan para mostrarse como mayoría, con posibilidad de quórum propio y presidencia de comisiones. Es como si dijéramos que en un campeonato de fútbol el equipo que está en punta no es el primero porque la suma de puntos de todos los restantes lo supera ampliamente.

¿Qué razón los convoca para unificarse, para practicar lo que el viejo Yrigoyen impugnaba como «contubernio»? ¿Acaso algún proyecto de liberación o de cambio social? No lo tienen ni les importa, sólo quieren interrumpir la experiencia kirchnerista, destituir a la Presidenta o impedirle gobernar. Quienes desconocen la historia se sorprenden, seguramente, pero esto ocurrió siempre: derechas, centros e izquierdas del campo antinacional limaron sus diferencias coyunturales para enfrentar al movimiento nacional y popular en 1930, 1945, 1955 y 1973.

Con respecto a la participación de la llamada izquierda -y también del llamado «progresismo»- en estos contubernios, algunos han señalado que ello obedecía a que se trataba de agrupaciones sin obreros y que de la ausencia de ese cable a tierra provenía su insólita conciliación con la derecha, explicación que es válida, en algunos casos. Cooke, por su parte, sostuvo: «(en el 45) No es que la izquierda hiciera crisis: es que era una parte de la superestructura política del imperialismo y saltó junto con los demás pedazos de esa superestructura», y de ahí su desencuentro con las masas populares. Esto se verifica hoy, cuando asistimos al diálogo amabilísimo de algunos de sus dirigentes con personeros del imperialismo -«pero si apenas no acordamos en uno o dos temas», dirá el mismo personaje que en el 55 operaba de «comando civil»-.

Quizás en esta nueva Unión Democrática -como también ocurrió en las anteriores- resulte un acto de justicia distinguir entre aquellos que tienen clara conciencia restauradora, añorando volver al gobierno de los grandes poderes económicos internos y externos bajo la máscara de un De la Rúa, de aquellos otros cuya inexperiencia y debilidad ideológica los llevan a perjudicar a los mismos que dicen querer representar. Pero la historia se hace con hechos y no con intenciones. Son los hechos de ese día 3 -que fue un ensayo- lo que se reitera ahora profundizado y agravado con motivo del conflicto suscitado por la aplicación de reservas al Fondo del Bicentenario y la rebelión del presidente del Banco Central.

Esta concertación de los opositores ha adquirido rasgos claramente golpistas basándose en que el vicepresidente de la nación se ha definido como hombre de ellos, por lo cual bastaría un exitoso juicio político contra la Presidenta para interrumpir la experiencia kirchnerista y acabar con los avances nacionales y populares que se han ido concretando.

Por ello, tres dirigentes de peso han coincidido en avanzar hacia esa dirección: Juez, Carrió y Solanas. Carrió, que pregona la catástrofe para luego presentarse como un «Chapulín Colorado» que recomienda piadosamente serenidad al pueblo pues el enemigo «no cuenta con su astucia», y el señor Juez, que ha ocupado un lugar político repitiendo los chistes de la revista Hortensia leídos años atrás, han hablado, en medio del conflicto, de que «la transgresión a las instituciones» por parte de la Presidenta ha sido tal que «justifica el juicio político». A su vez, Solanas y dirigentes de su Proyecto Sur, han iniciado una demanda penal contra la Presidenta, creando condiciones para una citación a indagatoria que devendría en el camino hacia el juicio político (hemos tenido suerte que la jueza Sarmiento no estaba en ese despacho). Estos políticos no intentaron antes el juicio político contra presidentes que tenían sobrados méritos para ello como De La Rúa, Menem e incluso Alfonsín al paralizar la investigación de la deuda externa, y asimismo contra todo el Congreso que ha dejado dormir en el sótano la documentación del juez Ballesteros acerca de autopréstamos e irregularidades en el endeudamiento. Pero ahora han salido a defender la independencia del Banco Central respecto al Poder Ejecutivo, lo cual significa la dependencia respecto a los poderes financieros internacionales. Coincidentemente se manifestó Pinedo -haciendo honor a su apellido- del mismo modo que el PJ disidente también ha recurrido a la Justicia, como asimismo Magnetto ha visitado amablemente al presidente de la Corte y los senadores, respetuosos de la división de poderes, han ido a presionar a tres jueces de la Corte. Todo en nombre de las instituciones, porque como se sabe las instituciones deben ser respetadas cuando le dan a la oposición los mecanismos para trabar la acción de un gobierno con vocación nacional y popular y en caso contrario pueden no ser respetadas, pues nadie duda que todos estos legisladores fueron cómplices de la proscripción del peronismo durante 18 años, de ofrecerles ministros a los gobiernos de facto o gran cantidad de intendentes a la dictadura genocida del 76. Vaya si son importantes las instituciones... según convenga.

Por supuesto, para completar el carácter de Unión Democrática de nuevo tipo no bastaba el apoyo de «Clarín» con buena parte de sus acciones en poder del capital financiero yanqui. Era necesario, además, que un diplomático del imperialismo se anticipara a señalar que «hay inseguridad jurídica en la Argentina» y que un juez norteamericano diera curso a un pedido de embargo sobre nuestras reservas. Braden sabía mucho de estas cosas, pero le resultaba más difícil, en el 45, porque no estaba Cobos en aquellos tiempos, como siempre recuerda con sonrisa maléfica cierto comunicador social cuando se babea con los directivos de la Sociedad Rural. También Menem salió a la palestra a decir lo suyo y un prestigioso estudio jurídico contencioso administrativo, en la línea de Dromi, se puso a las órdenes de Martín Redrado con mucho entusiasmo.

Una vez más, las fuerzas que se autotitulan democráticas juegan la carta antidemocrática. Antes lo hacían con los fierros de los cuarteles, ahora, como ha dicho alguien, con «los fierros de los medios de comunicación», siempre en un abanico que va desde derechas, con clara conciencia de la defensa de sus privilegios, hasta supuestas izquierdas que les hacen el juego. De ahí la necesidad de que los sectores populares articulen sus fuerzas, multipliquen su militancia, den la batalla ideológica y se movilicen contra estos proyectos reaccionarios. No a principios del 2011, sino desde ahora. Ya mismo.

Alguien que sabía de estas cosas, nos dio un consejo de este tipo: «No hay que darles ni un tantito así de posibilidades». Una vez más, enfrente están los sectores populares, la CGT, los movimientos sociales, Carta Abierta, la pequeña y mediana industria, el cooperativismo, la militancia expresada en diversas agrupaciones, periodistas comprometidos con el pueblo y algunos políticos honestos, con los cuales se podrá disentir en algunas ideas, pero que se han negado a la maniobra destituyente, desde Heller y Sabbatella hasta Raimundi y unos pocos más, como así también radicales K, socialistas K, y las Madres de Plaza de Mayo.

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